Decía Edgar Morin [1] que “prepararse para nuestro mundo incierto es lo contrario de resignarse a un escepticismo generalizado. Es esforzarse en pensar bien, volvernos aptos para elaborar y practicar estrategias, en suma, efectuar nuestras apuestas con toda conciencia”.
Tampoco en lo económico vamos a poder eliminar las incertidumbres, tendremos que dialogar con ellas y esforzarnos en conocer y pensar. Para vivir positivamente en esa inseguridad hace falta remover obstáculos e inercias que nos conduzcan a unas prácticas diferentes. Especialmente el sindicalismo, pero también el cooperativismo, en la medida en que no hay recetas o programas predeterminados, como si nos moviéramos en un medio con condiciones estables, hemos de elaborar estrategias en una apuesta esperanzada para atender a las necesidades sociales, eso que llamamos el “bien común”.
Ambos deben ser portadores de un discurso alternativo, pero sobre todo, ser soporte de prácticas económicas viables, que anticipen formas poscapitalistas. Urge, pues, motivarnos a actuar, tomar distancia respecto de tradicionales inercias, lo que supone mantener o reinstalar la esperanza, porque sin ella no hay sujeto o sujetos de cambio.
Esto puede parecer utópico o, mejor, “eutópico”, pero si la fraternidad es la inspiración natural del cooperativismo, como dice D. Jover, no lo es en menor medida de la acción sindical. Por eso, es imprescindible también que los sindicatos sean portadores de un proyecto de sociedad y que no sean solo agentes centrados en intervenir en aspectos contractuales, sobre aspectos distributivos o sobre normas laborales. Bruno Trentin [2] decía que “un sindicato que es solo un sindicato es un pobre sindicato” y, más recientemente, el papa Francisco [3].
Vivimos en un contexto de aceleración de los cambios, afectando al mundo del trabajo en muchas dimensiones, que hace más necesario que nunca “conocer y pensar” para, abiertos al futuro, “aprender haciendo” [4] y, sumergidos en la realidad, actuar coordinadamente a partir de espacios de deliberación social y no solo políticos e institucionales [5]. Por eso creo que, especialmente al sindicalismo, le hacen falta nuevas formas de sociabilidad, un proyecto cultural para hacer frente a la devaluación del trabajo, efecto del proceso de neoliberalización [6], y para atender a las nuevas realidades económicas, tecnológicas y laborales [7]. Todo ello nos exige un gran esfuerzo de inteligencia, de gestión del conocimiento, de diálogo abierto, de desarrollo de confianza, de propuesta y de acción.
El gran reto es repensar la economía protegiendo lo social frente al creciente poder de los mercados. Si queremos que la democracia entre en las empresas, ambos movimientos han de reforzarse y complementarse [8]. El sindicalismo, extendiendo y consolidando derechos colectivos, trabajo decente en una economía globalizada que rompe los perímetros tradicionales de la empresa en múltiples cadenas vinculadas. El cooperativismo, revalorizando el trabajo, tan fuertemente devaluado como consecuencia de la financiarización y la optimización, recuperando su valor antropológico y su significado comunitario, y la empresa como proyecto compartido del que todos los agentes son corresponsables, contribuyen al objetivo común y aportan capital colectivo. Tenemos que recuperar creatividad e iniciativa para una verdadera innovación social, que vendrá medida por el desarrollo de formas de participación en las empresas.
Si, como dice Unai Sordo, el sindicalismo en la era global está intentando integrar lo que la empresa de corte capitalista neoliberal desintegra [9], hace subalterno, precariza, esto le ha de llevar a una representación mejor de la diversidad de condiciones en los mercados laborales, sabiendo que no es sencillo reforzar la subjetividad colectiva entre quienes trabajan con esa diversidad de condiciones. No es fácil esa “integración” contemplando únicamente lo redistributivo. Hace falta un enfoque que enfatice el valor común del proyecto en el que se participa y que implicarse sea en sí mismo motivador.
Dar importancia a lo “predistributivo” se opone tanto al planteamiento de gestión, que solo contempla el rendimiento financiero de operaciones a corto plazo y al margen de la economía real, como a la mirada que valora el trabajo solo en cuanto que comporta una retribución. Si queremos evitar el crecimiento de la desigualdad y producir un cambio sustantivo en democracia económica es preciso innovar en la participación de las trabajadoras y trabajadores en todo el proceso de generación de valor. Significa asentar, en la práctica, un concepto antropológico diferente del trabajo de todos los agentes que intervienen y de sus relaciones en las empresas. De éstas con su entorno económico, social y medioambiental, más allá de la pura maximización y al servicio del bien común, del que todos deben hacerse corresponsables.
El sindicalismo, a su pesar, ha perdido formas de sociabilidad y de conciencia de clase que la uniformidad de la empresa fordista facilitaba. Ahora se hace muy difícil esa conciencia que facilitaba la solidaridad. La construcción hoy de un nuevo sujeto, plural y diverso, será posible desarrollando formas culturales que expresen esa responsabilización y vínculo comunitario que el cooperativismo ha sabido cultivar en muchos casos. Considero que es oportuno insistir en ese marco de democracia económica que habla de participación en lo micro, en lo local, de sostenibilidad o circularidad, de evaluación social de los proyectos y de profesionalidad. Todo configura un concepto amplio de cooperación que sirve de base a iniciativas de gestión participativa.
Cooperativismo y sindicalismo aportan al mundo del trabajo referencias de cambio social que son orientadoras también para la construcción de la esperanza necesaria que sustenta los sujetos de cambio. Comparto que entre ambos hay base para una alianza estratégica si se sabe entender como dos polariades de enriquecimiento mutuo que miran en la misma dirección.
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[1] EDGAR MORIN. “La mente bien ordenada” (p.79) Seix Barral. Para él “la fe incierta” es uno de los “viáticos” más preciosos que haya producido la cultura europea, siendo el otro la racionalidad autocrítica.
[2] B. Trentin, sindicalista italiano de larga trayectoria (CGIL).
[3] “Tampoco hay una buena sociedad sin un buen sindicato que renazca cada día en las periferias”. (Ante el congreso de la CISL. 28 de Junio 2017).
[4] Antonio Palacián hace poco en este mismo Blog.
[5] UNAI SORDO en “Un mundo sin sindicatos?”. Fund. 1º de Mayo.
[6] David Harvey. “Breve historia del neoliberalismo”. Akal.
[7] Digitalización y cambio tecnológico, globalización del capital, concentración del poder empresarial, limitación de las políticas e instituciones laborales, desempleo y baja intensidad del empleo, desigualdad creciente, dificultades del poder de representación y retroceso contractual,…entre otras
fuente: https://blog.fevecta.coop/