Artículo publicado en 1980 aproximadamente.
Si la caída del muro de Berlín simbolizó en su momento el fracaso del modelo denominado de «socialismo real» o modelo soviético que, visto quizás con mejores ojos, permitió un desarrollo al capitalismo occidental, toda la evidencia nos da cuenta que el neoliberalismo está sucumbiendo, el símbolo se plasma en el desplome de las economías, la banca, las empresas, la consecuente y profunda crisis de las democracias y la miseria material de sus pueblos.
Particularmente en nuestro país el despliegue, la estafa y la definitiva criminalidad de los negocios fuera de fronteras de la banca doméstica y la aplicación ortodoxa de un modelo que apostó a configurar una plaza financiera, una suerte de paraíso para los especuladores, logrando lo que ni siquiera daba en la ideología de los «90», es decir, la «internacionalización de la banca» por la vía del salvataje ante las quiebras sucesivas de entidades de intermediación financiera. Claro está que la diferencia sustantiva resultaba de la nacionalización de las pérdidas más que la apropiación pública de las ganancias que finalmente huyeron al extranjero.
Sin entrar en los detalles de los últimos episodios: llamado bancario, estafa financiera, saqueo a comerciantes, incertidumbre política, todos estos elementos constituyen una referencia empírica del quiebre de un modelo de espaldas a las necesidades de la gente.
Durante estas dos últimas décadas, que ampararon a todos los uruguayos la absorción de los sucesivos fracasos del sistema financiero, permaneciendo impunes la mayoría de sus responsables.
Este modelo económico, abraquelado en el secreto bancario y otras facilidades de nuestra plaza, nunca o pocas veces apostó a la inversión productiva ni al desarrollo genuino. Hoy, siguen funcionando con la fuerza inercial, el statu quo que por lo general responden a grandes corporaciones multinacionales, es decir, la banca extranjera, y de otra parte, una banca pública golpeada por los embates de una política que le asignó un fuerte desfinanciamiento que deberá ser a nuestro juicio, un pilar estratégico para el desarrollo nacional.
La ley de estabilidad financiera dejó en claro el camino sobre el posicionamiento respecto a las intervenciones del Estado en el sistema y período en el cual los gobiernos de la derecha vernácula absorbieron las ineficiencias y los saqueos que no dejaban bancarrota como lastre (aunque los costos en rigor, los pagó el pueblo). Pero también demostró la directa dependencia (sumisión) de los organismos (FMI) y de los EEUU. Pueden sobrevenir – no queda duda alguna – y para colmo, un pesado o parcial corralito dejó atrapados los depósitos de los ahorristas del BROU y del BHU, con secuelas de retiros de sombra e incertidumbre.
Pero también en el sector de la banca privada hay otra modalidad: las cooperativas de ahorro y crédito, que si bien constituyen las únicas instituciones de intermediación financiera privada de carácter auténticamente nacional.
¿Qué tienen de diferente estas cooperativas? En la región han sido reglamentadas por las Asociaciones (a modo de ejemplo, Cofac ya suma 270.000 uruguayos afiliados), que organizados en filiales en todo el país tienen en su manejo el control y la participación de sus socios en la gestión de la entidad financiera.
En segundo lugar, se destaca la transparencia de sus acciones y movimientos, existiendo Comisiones Fiscales y Consejos Directivos con representación permanente de sus representados.
En tercer lugar, cuentan con mecanismos democráticos para elegir sus autoridades a través de delegados que la propia base de asociados designa para cada filial, de esta manera se garantiza la alternancia en los órganos de dirección de las cooperativas.
En cuarto lugar, la máxima “un socio-un voto», coloca en igualdad de condiciones al conjunto de la masa de asociados, independientemente del capital individual depositado de cada asociado o del número de cuentas manejadas.
En quinto lugar, estas cooperativas han reinvertido en el país, el dinero y los ahorros de los uruguayos, lo que permite a sus socios, a su vez, la brinda línea de crédito al consumo y sobre todo, la destinada a una importante masa financiera a las micro, pequeñas y medianas empresas, facilitándoles a lo largo y ancho de nuestro país capital.
En sexto lugar, estas entidades han puesto en marcha programas de formación y educación para los socios y para los funcionarios, desarrollando actividades de promoción y sensibilidad social hacia la comunidad.
En séptimo lugar, debe reconocerse que estas cooperativas cuentan con herramientas tecnológicas informáticas de última generación y en primera línea que les permiten brindar un servicio de calidad, ágil y moderno a sus socios.
Desde luego que estas cooperativas no están exentas de cometer errores y a veces de tener ciertas limitaciones o insuficiencias; también están sujetas a controles del Banco Central (aún con mayores exigencias a las que tienen los precursores del mercado financiero en su conjunto).
No obstante ello, las cooperativas de ahorro y crédito en nuestro país han demostrado su viabilidad y confirmado su proyección sostenible e insustituible en la economía nacional.
Para nosotros, estas instituciones han sido y son una opción válida, legítima y absolutamente necesaria e insustituible. Es más allá de allí su pluralismo y de la total independencia de las cooperativas respecto de los partidos políticos, cabe recordar el rol propositivo y la labor que cumplieron sus dirigentes y militantes sociales inspirados por el pensamiento demócrata cristiano, hicieron hace casi tres décadas atrás, en la fundación y crecimiento del movimiento cooperativo que hoy se avientan a darle apoyo.
Por ello hoy recordamos y redoblamos más que nunca nuestra apuesta, porque hoy las cooperativas de ahorro y crédito son una fuente de esperanza en las tinieblas de un sistema financiero ciego que agoniza.