La primera frase del título, que ha vuelto a popularizarse gracias a una serie audiovisual reciente, es una certeza que llevamos anidada en la mente humana desde hace cientos de miles de años, aunque la vida en esta sociedad capitalista moderna puede llevar a olvidarnos de ella.
Incluso antes de ser humanos, nuestros antecesores y antepasados homínidos ya eran seres gregarios, vivían en comunidades, y en el seno de esas comunidades ocurrió la evolución de la especie humana. Individualmente no eran las criaturas más fuertes, ni las más veloces, ni las más grandes; pero lograron evolucionar en forma colectiva y llegaron a expandirse y ocupar todos los rincones del planeta a partir del origen en algún punto de lo que hoy es África. Este éxito evolutivo se basó en dos componentes fundamentales: 1- la capacidad de emplear elementos de la naturaleza (en un principio piedras, palos, huesos, luego metales y otros materiales) para construir herramientas y utensilios que les facilitaran superar las limitaciones que la propia naturaleza les imponía y 2- la capacidad de construir organizaciones sociales más grandes y complejas, que permitían aprovechar al máximo las capacidades individuales de sus integrantes. Ambas formas de conocimiento, el desarrollo tecnológico y el desarrollo social en diversas formas de organización, se dieron en procesos acumulativos, con avances y retrocesos, pero siempre en el seno de los colectivos humanos, basados en procesos asociativos, de colaboración y cooperación. El cerebro humano evolucionó junto y en paralelo a esta construcción tecnológica y social. Por eso puede parecernos muy obvia la frase “Nadie se salva solo”, aunque la organización social predominante actualmente (sistema capitalista que le dicen) y su cultura pretendan ocultarnos esta certeza.
En efecto, la sociedad capitalista basa su funcionamiento en ciertas premisas que entran en contradicción con los principios colaborativos y solidarios que orientaron la evolución humana. El capitalismo, y principalmente sus versiones más radicales, se basa en que el mercado es la forma más eficiente de asignar los recursos en una sociedad, y para que ello ocurra naturaliza la apropiación individual de los recursos naturales y sus frutos, así como de las herramientas e instrumentos tecnológicos con ellos construidos (propiedad privada que le llaman, que engloba incluso hasta el propio conocimiento en sí mismo). Se instituye el afán de lucro, la maximización de las ganancias de las empresas, como objetivo principal de la actividad económica en una sociedad. La concentración de la riqueza, con acumulación del capital en pocas manos, es la consecuencia inevitable de la consagración de la propiedad privada y del afán de lucro como motor de la economía y del funcionamiento social. Pero, además, este sistema desarrolla una cultura funcional al mismo, dónde los valores del éxito individual, el individualismo y la competencia, se exacerban de tal forma que arrasan con la naturaleza y dónde las personas, los otros seres humanos, son descartables. Esto conduce a actitudes personales individualistas, egoístas, muy poco solidarias; todo lo contrario, a lo que nos permitió llegar hasta aquí como humanidad.
Muchos pensamos que “otro Mundo es posible”, que esta organización social y económica no es el fin de la Historia. Que existen otras formas de organizar la economía y la sociedad, formas más justas, más solidarias, basadas en principios y valores diferentes. Pero para llegar a esto es necesario emprender acciones con efectos en el corto, mediano y largo plazo. Voy a detenerme en una propuesta que se realiza, desde el movimiento cooperativo, con mirada estratégica: “Promover una verdadera reforma educativa, que incorpore el aprendizaje de modelos de desarrollo centrado en las personas, solidario y sostenible, basado en los principios y valores propios del cooperativismo; en todos los ámbitos de la educación y en todos sus niveles”. La cuestión no pasa por discutir cuántos contenidos y cuántas competencias debe incluir el nuevo modelo educativo, sino qué contenidos y qué competencias. Es imprescindible incorporar los valores y principios de la economía social y solidaria y sus diferentes modalidades en la educación de nuestros niños/as, adolescentes y jóvenes. La propuesta del movimiento cooperativo de trabajo profundiza en: Impulsar que los distintos dispositivos de aprendizaje permanente incorporen la formación de los grupos que puedan potencialmente transitar el camino asociativo en la construcción de la economía: grupos de jóvenes, de mujeres, de desocupados, de personas con intereses comunes ya sea por lo cultural o lo territorial
Es necesario desde la educación formal mostrar que existen formas alternativas de organización de la sociedad, de las formas de producción y consumo, de relacionamiento con el ambiente, de construcción socio cultural… diferentes al modelo capitalista. En definitiva, qué otro mundo es posible y se puede construir. Una educación que incorpore los valores y principios cooperativos hará posible generar una sociedad más justa y solidaria. En dónde la cooperación, el trabajo colaborativo y solidario, predominen sobre la competitividad individualista. Esto puede lograrse incorporando estos valores y principios desde temprana edad, para luego incorporar el estudio, el análisis y el debate sobre las diversas formas de la economía social, con la necesaria formación de los educadores, la incorporación en los planes de estudio y también en las prácticas educativas, con la imprescindible trasposición didáctica para cada nivel y comunidad. Es una propuesta ambiciosa y disruptiva, que busca efectos a largo plazo, que puede dar respuesta a la crisis de participación y al recambio generacional que afecta a las cooperativas y al movimiento social en general. Obviamente que no alcanzará sólo con esto, se requieren otras políticas de promoción y estímulo para los grupos pre cooperativos. Pero las políticas de promoción y estímulo necesitan que exista una población proclive a iniciar esas experiencias, a emprender la aventura colectiva, a animarse a construir ese otro mundo posible.
José Ignacio Olascuaga
Coordinador Técnico de la FCPU
fuente: www.fcpu.coop.uy